Este post es el séptimo de una serie de once, en torno a cada una de las canciones de ‘Recordar/ Volver a pasar’.


Hagan algo con esto. 

En sus últimas semanas de vida, y ya sabiéndolo, a mi papá se le dio por cumplir con varios rituales pre mortem. Uno de ellos fue explayarse en torno a diversas cuestiones que consideraba importante dejar dichas, o tal vez y sobre todo escucharse a sí mismo decir. Con la ayuda indispensable de mi madre, quien sostenía amorosamente el teléfono y el botón de grabar en whatsapp, fue enviando al grupo de personas que acompañábamos su internación esos pensamientos, memorias y reflexiones. Tengo guardados esos audios en mi mail con la etiqueta “grabaciones del viejo pá” junto con todos los mails que alguna vez me/ nos envió, muchos con el mismo fin documental. Es una pulsión que evidentemente compartimos.

Otro de los rituales de esos últimos ratos juntes, y digo rituales porque entiendo que esto es algo que le da por hacer a muchas o al menos algunas personas antes de morir, fue el de dejarnos tareas: asignarnos misiones concretas que tendríamos que cumplir cuando él ya no esté. Acerca de una de esas tareas, la de hacer un viaje familiar para llevar sus cenizas a un lugar específico en la provincia de Santa Cruz, voy a escribir dentro de poco, porque “Camino al Lago Frías” y “1min+” tratan de esa aventura. De otra de esas misiones es que quiero escribir ahora.

Así es, querida persona que lee: existió -o casi- un mediometraje dirigido por mi viejo, llamado “La frontera blanca“. Por motivos que desconozco esa película nunca fue terminada, y debo decir que en realidad yo no sabía demasiado sobre su existencia, más allá del nombre y del contexto en el que había sido filmada: una expedición que intentó ser la primera en hacer cumbre en “la aguja pétrea del Dedo del César” -sic Chacho (quien quiera meterse en ese agujero de conejo puede hacerlo siguiendo esta pista). Me doy cuenta mientras tipeo de que esto que estoy empezando a contar está directamente relacionado con la tarea anterior, de la que dije que aún no iba a escribir. Supongo que así funciona esto siempre, todo tiene que ver con todo.

Entonces, hubo un pedido específico: hagan algo con esto. Hagan algo con “La frontera blanca”, terminenla, tienen todo el material. Las tortas de cinta fílmica quedan para Lucio, y la banda de sonido recuperala vos, Mariú. La vas a encontrar en mi casa, debería estar en tal cajón, fijate. Es una caja de cinta, te vas a dar cuenta, además está rotulada. Resulta ideal, casi como si lo hubiera podido tener previamente orquestado -como a su funeral, que vino después- lo de tener una hija música y un hijo montajista, ¿no?

Esto es algo que aún tenemos pendiente con mi hermano, pero mientras tanto, existe esta pieza para guitarra y bandoneón con el mismo nombre. En la trama de “Recordar/ Volver a pasar“, que en mi cabeza es en cierto modo una película, este momento representa el pasaje entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos. Estoy segura de que existen muchos mitos acerca de ese tránsito y de cómo se realiza, en las cientos de cosmovisiones de los pueblos del mundo. Uno de los más conocidos, proveniente de la mitología griega, es el Caronte, el barquero del inframundo: según Wikipedia, es “un psicopompo encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado al otro del Estigia o del Aqueronte. (…) Estos ríos constituían una barrera natural que separaba el mundo de los vivos del mundo de los muertos.” 

En un primer momento pensé que esta canción se iba a llamar directamente “El cruce del Aqueronte”, pero luego me pareció mucho más críptico y ñoño; y a la vez mucho más poético y acertado se sintió llamarla así, como el mediometraje a medio terminar, en la frontera neblinosa entre lo hecho y lo no hecho, entre lo que tiene entidad y lo que no. Un espacio liminal, la luz al final del túnel, en donde la memoria y el olvido se funden en un largo crossfade: la frontera blanca.

Lo más maravilloso de esta composición fue hacerla en colaboración con Juan Pérez, bandoneonista y pianista que me acompaña en vivo hace varios años y que compuso su línea de bandoneón en base a la de la guitarra y a unas pocas indicaciones conceptuales y emocionales que le compartí, además de todo el contexto que hace a esta historia. Quería que el bandoneón fuera un personaje, que hiciera apariciones en momentos clave, diciendo sus cosas. Juani entendió todo, se comprometió con el proceso con muchísimo cariño y sensibilidad, y una tarde de invierno de 2021 vino a casa y lo grabó sobre la toma de guitarra que yo había registrado en octubre de 2020. La participación especial de Caronte se la debo a mis noches de surfeo youtuber en busca de buenos videos de ASMR para dormir.

“La frontera blanca” puede escucharse acá y en todos los otros lugares donde habitualmente escuchás música.